martes, 15 de septiembre de 2009

Proyecto Narrativo "VOLVER A CASA"

Proyecto del trabajo y nota de lectura:
El Territorio de Misiones fue el que más me interesó para aplicar en mi trabajo, el texto de Martín Caparrós me atrapó. Su forma de redactar, de brindar opiniones propias y narrar situaciones vividas, además de tener un modo particular de escribir fue lo que capturó mi atención.

No dejó de llevarme a ése lugar especial en el que estuvo, viajó y vivió diferentes cosas. Aporta datos, sensaciones, interpretaciones que a partir de ellos como lectora llego a hacerme experimentar junto a él el camino a recorrió. Alimentó en mí las ganas de realizar un viaje profundo y observar quizás más detenidamente lo cotidiano. Allí es a donde quiero llegar.

Narrando puntos de vista fuí cerrando el gran campo que tenía para desarrollar la actividad, y pude darme cuenta en mi ciudad que quería contar parte de mi historia. Parte de la historia que ha cambiado. Ya no siendo una residente completa de Balcarce siento que mi visión hacia la ciudad ha cambiado, yo he cambiado. Sentimientos encontrados me invadieron al realizar este proyecto, confusiones, intentar buscar el mejor modo de decir lo que pienso, pero creo que pude lograr mi cometido inicial. Hablar de mi lugar de origen.

Lugares, hechos, sensaciones y opiniones son elementos que se encuentran en el siguiente texto. Personalmente creo que hay muchos elementos míos en la redacción, formas de ver ciertas cosas, experimentaciones y ciertamente un esfuerzo para llevar a recorrer mi camino a cada persona que guste leerlo.


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El colectivo no deja de moverse, avanza buscando llegar a su destino, como yo también lo espero. El trayecto resulta corto para mi mente, el tiempo parece transcurrir rápidamente ya que puedo cerrar los ojos en el asiento compartido que me tocó y descansar. Mi día fue largo, siempre suelen serlo los jueves. Ése día mi rutina implica levantarme temprano por la mañana, cursar y volver a la tarde-noche de nuevo. Necesito descansar dormir de la mejor forma posible. Los ojos comienzan a cerrarse y el camino se acorta en mi mente.

Luego de una maniobra del conductor el colectivo gira entrando en una rotonda. Las luces del pasillo se encienden avisando a los pasajeros que se ha llegado a uno de los destinos. Uno de los ayudantes del viaje dice en un fuerte tono “Balcarce”. Abro mis ojos lo mejor que puedo, me incorporo del asiento y me abrigo bien (en mi ciudad hace frío y no vale la pena arriesgarse con el tema de los resfríos). Pido permiso al chico que dormía profundamente a mi lado, me dio lástima despertarlo pero peor iba a ser intentar pasarlo casi por arriba y caerme sobre él. El muchacho se corre disculpándose, recorro el pasillo comenzando a sentir ese olor característico, limpio, fresco de Balcarce, que no hace más que entrar en mis pulmones y hacerme sentir en casa de nuevo.

Luego de recoger la valija, entro a la terminal de la fría ciudad. Un lugar casi abandonado y en las mismas condiciones de temperatura que afuera. No veo mucha gente pero sí a chicos que como yo, están estudiando o trabajando en Buenos Aires, la “gran ciudad”. Por más que intente con mi cara de dormida hacer un gesto de simpatía, parecen no notarlo, no saludan. La espera del remis, que incluye el servicio del viaje en colectivo, se hace eterna. Llega un coche, solo cuatro personas pueden viajar hacia las zonas más céntricas. Algunos se adelantan sin siquiera preguntar si podían avanzar por sobre el orden de llegada. Dejo que pasen, mi sueño me imposibilita a reaccionar pero si a pensar “si éstos hacen eso en Buenos Aires alguien le hubiese dicho de todo”, pero ahí quedó mi pensamiento. Luego de varios minutos llega otro coche para las otras cuatro personas que quedábamos, entre ellas a quienes había brindado mi saludo rechazado. En ningún momento cruzan miradas con el resto, parece que se aíslan, lo cual me resulta extraño ya que estando en la gran ciudad, muchos la denominan “la ciudad de la furia” haciendo referencia a un tema famoso de rock, se detienen y saludan de modo simpático.

Subimos todos al remis, primero cargamos las valijas y bolsos, se sube el conductor y me dice si quiero sentarme adelante para viajar más cómodos todos. Acepto gustosa. El recorrido comienza partiendo de la terminal, donde el conductor nos pregunta hacia dónde nos dirigimos, decidiendo que yo sería la primera en llegar a mi casa. En seguida observé que estaban arreglando el ingreso a la ciudad: el boulevard con cintas de construcción y luces naranjas avisan a los conductores que tengan precaución ante el ensanchamiento de la calle.

Son las 5.30 de la mañana del día viernes, observo por la ventanilla del acompañante una ciudad pequeña como Balcarce es, a punto de despertarse del descanso de un día de movimiento que termino y nuevamente está por comenzar.

El auto avanza y con el movimiento mi sensación de “estar en casa”. No puedo dejar de pensar en los viajes a Buenos Aires, los regresos a la ciudad que siento que “utilizo” para poder hacer lo que yo quiero: estudiar, y a la vez de cuando escapo de esa selva de cemento a los espacios abiertos, edificios bajos y silencios casi profundos a veces, de mi gran pueblo (o pequeña ciudad). Las imágenes y sensaciones van mezclándose. Cuando llego allá, es otra mi postura, es otra cosa lo que espero, pero no sé bien qué es.

Giramos en la segunda rotonda y cada vez me siento más cerca. Veo el auto, la réplica en verdad, de uno de los famosos coches de Juan Manuel Fangio que invita a los visitantes a conocer el Museo que lleva su nombre haciendo referencia a los premios y logros del corredor de Fórmula 1. En línea recta nos desplazamos varios metros. Llegamos a un semáforo y el conductor busca charla en alguno de los pasajeros, una chica de atrás responde y evito tener que conversar, sólo quiero dormir; llegar a mi casa, mi habitación, mi cama y poder descansar del largo jueves que había tenido y acabar con el sueño interrumpido y un tanto incómodo del asiento del colectivo que no había llegado a satisfacerme.

La luz se torna verde y continúa el movimiento, continúa mi viaje en busca de uno de sus objetivos: mi hogar. Con el trayecto del colectivo había llegado a uno de ellos: la terminal, pero todavía quedaba un camino por recorrer, aunque aún más corto. Sigo observando por la ventanilla, dos autos nos pasan. No hay movimiento. Hace frío. Balcarce es frío. Ya entrando a la zona del boulevard donde se encuentran las casas, unas cuadras más adelante el coche gira hacia la izquierda. Sí, estoy yendo a mi casa, por fin. En línea recta avanzamos varias cuadras, las palabras siguen cruzándose entre el conductor y los pasajeros de atrás, la música de la radio sigue sonando, yo quiero llegar ya. Doblamos otra vez pasando una plaza, pero ésta vez hacia la derecha, dos cuadras más adelante se repite la acción pero hacia la izquierda. Estamos casi a la vuelta de mi casa. Unas maniobras más y el camino habrá finalizado y mi meta se habrá cumplido.

“¿Dónde es querida?”, "Adelante del camión, mano derecha por favor", digo rápidamente. El auto se detiene, bajo, me despido de mis compañeros de viaje y cierro la puerta. Me dirijo hacia el baúl, donde estaba guardada mi valija, el hombre lo abre y mientras me comenta, “sos vecina del electricista que vive acá enfrente, no logro recordar cómo se apellida”, "si" respondí yo, "a eso se dedica, no sé el nombre", y como excusa puse el sueño de por medio. Sí sé cómo se llama, es mi vecino desde que tengo uso de razón, pero no quiero conversar. Le agradezco al señor por el viaje, le doy el resto del pasaje que le corresponde por un arreglo con la agencia de transporte y subo la valija al cordón de la vereda. Miro mi casa. Observo hacia ambos lados, nadie circula. Avanzo. Subo los tres escalones de la entrada de mi casa con la valija a cuestas, busco la llave en mi bolsillo, la introduzco intentando no hacer demasiado ruido, la giro dos veces y abro. ¡Ya estoy acá! Entro y prendo la luz. Cierro la puerta con llave nuevamente y me dirijo a mi habitación, dejo el equipaje y sí, estoy en mi casa otra vez. Después de un corto tiempo me relajo dentro de mi cama y el sueño llega a envolverme nuevamente con el aroma tan característico de mi hogar, sintiendo que estoy en mi lugar con mis cosas por más que hace mas de un año no vivo de forma continua aquí. Sentirse “en casa” es algo que puede ocurrir no necesariamente estando en tu hogar o en un lugar cerrado, puede ser que en un viaje a un lugar extraño se tenga ésa sensación.

¿Un lugar extraño o sentirse extraña del lugar?

La mañana transcurrió y me dediqué a dormirla. A la tarde salí y me encontré con mis amigas, mi gente (que por momentos estando lejos necesito tanto y allí están). La diferencia que encuentro entre: estar lejos, haciendo referencia a la lejanía, al espacio; y la sensación de estar cerca, con comentarios, las preocupaciones y el apoyo constante, es muy grande.

Mientras camino, recorro en mi mente el trayecto que siempre hice hacia la zona más céntrica de la ciudad, donde hay una plazoleta en el cetro de forma circular (rotonda) y otras cuatro plazas la rodean con amplios espacios verdes y árboles. Un lugar donde puedo respirar aire casi puro. A la vez, pienso y recuerdo la plaza que queda en la esquina de donde vivo en La Gran City Porteña con rejas, lugares secos, los colectivos y autos que no dejan de circular nunca, con sus bocinazos y humo que salen de cada uno de sus caños de escape. Vuelvo a la plaza por la que voy caminando, miro para los costados y veo autos estacionados y poco movimiento de transito, son las cuatro de la tarde, "huy que desastre sería allá", pienso, "menos mal que estoy acá, un poco de paz".

En el trayecto cruzo algunas caras conocidas mientras voy escuchando música en mi mp3, algunas que saludan otras que sólo son “conocidas de vista”, suele decirse. Las cuadras son más cortas que en Buenos Aires, todo es más calmo incluso en las consideradas horas pico de tráfico y circulación de personas, salidas de las escuelas, del trabajo, etc. Cada lugar, casi cada calle tiene algo que me recuerda situaciones, veo el jardín de infantes al que fuí, las escuelas en las que aprendí tantas cosas y me siento agradecida de haberme criado en un lugar donde los niños pueden tomar sus bicicletas y salir solos casi sin peligro.

Llego al encuentro con mis amigas. Conociéndome tanto con ellas y compartiendo momentos a pesar de la distancia espacial sentí que viví hechos que me habían contado que se encargaron de volverme a recordar con lujo de detalles: salidas, historias, chistes. Tomamos mate como de costumbre, un acompañante de charlas. Todas sentadas en una de las plazas céntricas viendo como la gente pasa. Hay otros grupos de chicos también como nosotras conversando, compartiendo momentos. El tiempo pasa rápido mientras estoy entretenida y ya oscureció. Caminamos un poco observando los locales del centro de la ciudad y más tarde cada una parte a su casa. Antes de marcharnos organizamos para el día siguiente encontrarnos a una hora a charlar otra vez y disfrutar que estamos juntas.

El día sábado repito la misma rutina del viernes, dormí toda la mañana y a la tarde volví al encuentro ya planificado. Las rizas e historias se renuevan, siempre hay algo por contar y cosas que también quedan por decir a pesar de tanto tiempo compartido.

Es domingo por la tarde, el tiempo sigue corriendo. Recuerdo las visitas al Cerro “El Triunfo”, un lugar enorme y hermoso. Cuando era pequeña y aun hoy grande habiendo crecido lo sigo admirando. El Cerro se encuentra a cuadras del centro de la ciudad, aproximadamente unas quince o veinte como mucho. Es un lugar increíble, todo verde, con un camino de tierra que recorre e invita a dar una vuelta a todo el que se acerca, para conocerlo completamente. Ingreso caminando y veo los árboles altísimos, muy viejos ya. El sonido de la tierra y las piedras cuando mis pies andan es algo que me encanta.

Posee amplios espacios para realizar deportes, actividades para niños, tiene juegos, senderos para caminar, una abundante vegetación y más. En éste lugar hay un anfiteatro pequeño, construido cuando se hizo el Museo de la ciudad, donde pueden encontrarse grandes libros con información histórica de Balcarce además de fotografías de reconocidas familias y de los primeros edificios construidos que algunos aún hoy siguen en pie y en uso. El anfiteatro que se construyó es muy lindo, ubicado en una zona donde el aire es puro, hay mucha tranquilidad y podría ser aprovechado para realizar distintos tipos de actividades culturales. Pero no. Es un lugar que está en desuso. Reflexiono acerca de ésa situación y no puedo creerlo, un espacio tan agradable, tan natural así de desaprovechado me hace enojar. Intento recordar cuándo fue la última vez que se utilizó para alguna actividad y vivo ése momento otra vez, para una presentación del taller de teatro de la Escuela de Arte de Balcarce. Actuaron alumnos, profesores, tocó una banda. No dejo de pensar qué lindo sería que cosas así pasen de forma continua, un espacio para que los jóvenes, niños y adultos puedan expresarse y el público experimente a partir de sus creaciones. “En Buenos Aires hay un montón de cosas para hacer porque hay mucha gente” es uno de los comentarios que he recibido, y quizás sea así o tal vez haya un grupo de personas que se propone hacer algo distinto, lo que le gusta y buscan que las personas los acompañen.

A metros de distancia de ése lugar desaprovechado, cruzando casi, se alza al cielo un enorme paredón de piedras con distintas texturas y formas. Un anfiteatro natural fue construido allí sin querer. Ése espacio hace muchos años fue una cantera, se empleaba para sustraer piedra (laja). La gran pared de piedra que quedó hace de respaldo para que el sonido salga hacia adelante y pueda ser apreciado. Allí se realiza una actividad local: la Fiesta del Automovilismo, donde visitan la ciudad bandas o cantantes entre otras actividades. Como ciudadana y sintiéndome diminuta ante ése espectacular lugar me pregunto ¿no sería favorable aprovechar lo que tenemos? ¿No sería útil para la población en su totalidad poder disfrutar de actividades en conjunto y poder relacionarnos entre nosotros en lugar de esperar sólo una fecha determinada y nada más?

Vuelvo al camino de tierra del que me aparté, no he terminado. Observo mirando hacia arriba levantando mi cabeza los hermosos árboles que con sus copas cruzan el ancho del sendero que autos, bicicletas y personas caminando pueden recorrer. El sol golpea suavemente en mi cara, siento el frío balcarceño dentro del cuerpo, no deja de entrometerse en mi recorrido pero no logra detenerme ni hacerme volver. Estoy aquí y no quiero hacer otra cosa que disfrutarlo. Mis pasos se cruzan a causa de mi complicado y particular modo de avanzar, mis ojos apuntan hacia arriba y no al suelo. Bajo mi cabeza y miro hacia adelante, una curva con una loma con pozos se acerca. Escucho los pájaros que vuelan hacia distintos lugares, el sonido de la tierra y la piedra pisada me llama la atención, no son mis pasos, miro hacia atrás e instantáneamente me corro a un lado, un coche circulaba, lo dejo pasar. A mi izquierda, y a una altura considerable, un paredón extraño como si fuera de una casa se alza con fierros que sobresalen, pintadas a veces agradables pueden observarse y otras tantas aberraciones que me llenan de bronca. Subo la loma y desde su altura por el camino puedo ver la amplia pista de atletismo donde muchos jóvenes entrenan y otros realizan sus clases de gimnasia correspondiente a sus escuelas. Una de las tantas sierras de la ciudad se asoma dejando ver su belleza y antigüedad. Pequeños puntos se mueven, son personas que suben hasta la cima para obtener una vista panorámica de toda la ciudad. Mis pies comienzan a moverse nuevamente y llego a la zona de los juegos, ubicada a mi izquierda, donde los niños pueden divertirse. Una vieja reliquia recuperada de un lugar que fue abandonado fue llevada hasta el Cerro: un gran dinosaurio de cemento que suele ser escalado por todos. Veo a dos pequeños sumamente entretenidos intentando realizar tal hazaña y un hombre, quizás su padre los observa detenidamente y desde cerca por si alguno corre peligro por la altura. Sobre mi mano derecha descendiendo unos metros hay un amplio playón de cemento con aros de basket, arcos de fútbol y líneas que determinan los límites de cada cancha brindando un espacio de juego y deportes.

Sigo el impulso que mis pies marcan y vuelven a moverse solos. Otro imponente camino cruzado por los árboles oscurece el camino lleno de sombras dibujadas en el suelo que no dejo de mirar con atención. Se aproxima una nueva curva, pero ésta es más pronunciada que la anterior, avanzo y una recta despejada de sombras deja que el poco sol de la tarde que está terminando vuelva a dar sobre mi cabeza y mi andar. Veo hacia mi izquierda una zona verde con plantas altas y a mi derecha el circuito de ciclismo. En el centro de éste último algunos árboles y una pequeña capillita además de un podio de cemento con los números pintados de negro. Recuerdo todas las veces que me subí allí jugando con amigas, y también los lugares donde me he sentado a tomar mates y charlar pasando tardes casi completas.

Estoy caminando, casi termino mi recorrido. Toda una vuelta al lugar que más me gusta de mi ciudad y así también sé que termina mi estadía aquí. Debo volver a Buenos Aires, el fin de semana terminó y las responsabilidades me llaman. Por momentos deseo volver a ser niña y que todo sea un juego.

Consciente de que como concluye un recorrido, termina también mi estadía por lo que emprendo el camino restante. Sentimientos extraños invaden mi cuerpo. Quiero quedarme, quiero disfrutar; pero debo continuar. Subo una nueva loma que el camino de tierra posee y luego una bajada por la que hay que descender con cuidado para poder apreciar una vista hacia una zona cercana de casas. Continúo mi caminata y la oscuridad de la noche se presenta, apuro mi paso para llegar a la salida, también entrada, del lugar tan hermoso que recorrí.

Llego a la meta, quizás de mi segundo viaje. Me detengo.

En ése justo momento veo que las luces de mi ciudad se encienden. Todo Balcarce se ilumina brindándome una última imagen para que recuerde. Parece que sabe que lo estoy observando y una vez más estoy despidiéndome. Pienso “en algún momento volveré para sentirme en casa nuevamente”, y emprendo un nuevo viaje.

2 comentarios:

  1. luu!! antes que nada, disculpame por la tardanza de mi devolucion! me gusto mucho el texto...es muy lindo...ademas creo q la mayoria de las cosas que expresas es lo que siente cualquier estudiante del interior que vive en cap estudiando... esa sensacion de "volver a casa" tan particular...a mi personalmente me identifica en muchas cosas..
    lo unico que le agregaria que a mi parecer lo haria mas interesante al relato, seria que te expliques un poco mas en esa parte que entras a tu casa. Ya que el texto se trata justamente de volver alli, a tu lugar, seria genial q detalles mas ese momento en el q seguramente mil cosas se cruzan por tu mente...

    espero q te sirva!! suerte!! nos vemos mañana! fii

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  2. Te sentis bien en bce, volve dale. Que te estamos esperando todas.

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